Hemos visto que el primer bus sale a las 7:10 de la mañana. Así q hay que hacer tiempo y cruzar los dedos para que haya plazas en el bus que va para Santiago. No podemos dormir por miedo a que nos roben hasta las bragas en la estación, así que he pensado que lo mejor que podía hacer era ir escribiendo mi viaje para hacer una nueva entrada al blog (que hace mucho mucho mucho que no hacemos) y hacer de esta manera, algo difícil olvidar este increíble verano a mi memoria de pez. Eso sí creo que lo publicaré por fascículos para que no se haga muy insufrible.
Tras las navidades con poco espíritu (o más bien nada) navideño, esperé a que llegasen mis padres. Así que me fui de empalmada al aeropuerto a eso de las 6 de la mañana. Con menudas pintas que me presenté después de no verlos en medio año. Y es que los padres son lo mejor: “hija pero q guapa estás!!” jejeje
Aquí es donde empieza la aventura. Empezamos pasando un día en Santiago para que viesen la ciudad. Vimos lo básico pero suficiente, y es que Santiago tampoco tiene mucho para ver… Así que fuimos al barrio Bellavista por la mañana, subimos al cerro San Cristóbal (donde vimos la plaza vasca), y de aquí nos fuimos al centro y a comer un helado después a Providencia. Para volver al centro por la noche al Palacio de la Moneda donde habían preparado un espectáculo de luces y fuegos.
Al día siguiente a la mañana a eso de las 7:00 estábamos ya en la estación de autobuses para ir hasta Mendoza. Cruzamos la cordillera y vimos el Aconcagua, y pasamos el día en Mendoza, que la verdad que quitando unos muñecos hechos con cocos que vendía una tipa el resto no merecía mucho la pena. Así que otra vez a la estación a la noche para tomar otro bus hasta Córdoba en mi primer autobús cama.
Aquí nos quedamos 4 o 5 días, no recuerdo bien, y nos vimos prácticamente toda la ciudad, excepto los inumerables mercados de artesanía, que se debieron de esconder todos!